En el punto done convergen cielo e infierno
se detuvieron tus pasos seguros.
Pero al tocarte, no sentí miedo y la noche dudó.
No supo si seguir y engullir tu luz
o esperar a que me fundiera contigo.
En silecio respiré los delirios de una duda
pero fue tu mano la que me llevó
hasta el vértigo de un dulce abismo.
Ni cielo ni infierno se pronunciaron.
La noche calló como cae la lluvia a veces,
lentamente y cubriendo cualquier resquicio.
Y poco nos importó que allí,
en aquel preciso momento,
se acabara el mundo.
Atada a tu espalda, tus manos marcaron el rumbo
hacia el punto donde convergen cielo e infierno.